En 1904 mi abuelo trabajaba en la propiedad de una de las familias más acaudalas de Antioquia, Colombia, cosechando los mejores granos de café que se da en la región con más de 15 hectáreas, lo que ya son considerados grandes en la escala del universo cafetero nacional (según las cuentas más recientes del 2017) (Café de Antioquia, s.f.). El trabajaba como esclavo de la familia ya que había nacido de padres esclavos y nunca aspiró a algo más, pero todo cambio cuando el tenía 19 años.
Fue en la primavera de 1923 que mi abuelo conoció a mi abuela Martina cuando ella y su familia le estaban enseñando los cultivos al prometido de ella. Decía que su cabello era rizado y café, su piel blanca como la leche y sus ojos café rojizo como los granos que recogía cada día. Fue amor a primera vista, pero por la diferencia en su clase social, su relación nunca fue permitida, por lo que decidieron escapar juntos a México para poder disfrutar tranquilos de su amor.
Durante años vivieron con el dinero que obtuvieron vendiendo las joyas de mi abuela Martina y el trabajo duro de mi abuelo en una carbonera, a los pocos años de haber llegado a México mi abuela fallece lamentablemente mientras daba a luz a su única hija “Lucia”. En ese momento mi abuelo se sumió en una terrible depresión al haber perdido al amor de su vida, pero el destino tenía preparado algo especial, ya que un día paso junto a un mercado y percibió en el aire un aroma muy familiar, un aroma que le hizo recordar los campos de café y el momento exacto en el que el amor llegó a su vida, era el aroma de café de Antioquia. Fue así que mi abuelo decidió ocupar el poco dinero que le quedaba de su trabajo para comprar materiales y fabricar su propio molino de café, un molino casero y de poca producción, pero el cual por haber crecido en medio de campos cafeteros sabía exactamente cómo preparar un café excepcional lo que hizo que fuera ganando reconocimiento como uno de los cafés más deliciosos del lugar permitiendo obtener ganancias de su trabajo duro. En ese momento, mi abuelo junto a su hija Lucia vio la oportunidad de abrir su propia cafetería la cuál decidieron llamarla por el nombre de “Martina” en honor a mi abuela. El decía que cada vez que preparaba un café lo preparaba como si fuera para mi abuela, con amor, delicadeza y esmero porque el aroma le haría recordar a mi abuela y ver la sonrisa de los consumidores era como si mi abuela le sonreía nuevamente.
Misión
Hacer sentir, en cada tasa de café, el amor y cariño que alimente el alma.
Visión
Crecer a tener al menos una cafetería en cada estado de la república; donde en cada cafetería se mantenga el mismo café, aroma y sentimiento de amor que eleve el animo de cada consumidor.
Hola compañera,
La historia es buena, aunque se corta de una manera tajante al final. Como si se tuviera que cumplir un número de carácteres.
Buena tarde.